Cuando Mario perdió el trabajo en la fábrica empezaron las preocupaciones: ¿cómo se lo iba a decir a sus padres o a su mujer? El se había portado muy bien en el trabajo y no podía entender por qué a sus compañeros y a él podían despedirlos del trabajo.
Hasta entonces en su casa vivían muy bien: tenían un buen coche, salían a comer todos los domingos y, en las vacaciones de verano, hacían viajes interesantes por otros países. Pero ahora todo eso se iba a acabar. Menos mal que su mujer, Carmen, aún conservaba su trabajo en la tienda de electrodomésticos y, aunque no ganaba demasiado dinero, lo que ganaba era suficiente para pagar la letra de la casa en la que vivían, los recibos de la luz y hacer la compra de la comida diaria. Sus hijos, María y Eduardo, comprendieron que ya no podrían celebrar los cumpleaños fuera de casa como hasta ahora, ni ir al cine los fines de semana, ni comer "los chuches" a diario.
El problema más serio surgió cuando a Carmen también la echaron del trabajo porque la tienda de electrodomésticos donde trabajaba tuvo que cerrar: no vendían tantos electrodomésticos como antes porque a otras muchas otras personas también les habían despedido del trabajo. Ya no tenían dinero para pagar la letra mensual del piso, para pagar el agua o la luz; tampoco para pagar la compra de la comida. Gracias a los vecinos comían a diario decentemente: su vecina Luisa les pasaba unas patatas guisadas, su vecino Andres les daba unos huevos, etc...
Cuando el banco les dijo que tenían que abandonar la casa en la que vivían porque ya no la podían pagar creyeron morirse. ¿Podrían ellos convertirse en "personas sin techo"? El día en que el juez y la policía vinieron a desalojarlos de la casa se encontraron con que el vecindario y otra multitud de personas desconocidas cortaban la calle, y se quedaron con la boca abierta. La policía no podía avanzar y tuvo que retroceder ante el miedo a que se originara un conflicto.
Así se demostró lo que la unidad y la solidaridad de las personas es capaz de conseguir: detener la injusticia sin necesidad de violencia. Es como si un oso hormiguero, egoista y tragon, hubiera querido absorver un hormiguero completo de una vez: o suelta a las hormigas o se le obstruyen las vían respiratorias y se ahoga.